LIMPIEZA HEPÁTICA





Hoy en día, por desgracia, poca gente sabe aún cómo limpiar el hígado. La mayoría de los afectados, además, desconoce que lo tiene lleno de sedimentos internos que atrancan su trabajo mientras echan la culpa al estómago, intestinos, piel, alergias, corazón, y otros órganos o enfermedades. Sin embargo, en la raíz de casi todas las patologías está siempre el silencioso hígado, pues el hígado es el gran olvidado de la medicina (o el gran desconocido), ya que sin manifestarse en los análisis puede estar en insuficiencia, «amargándonos» la vida.
Comparativamente con el hígado, poca gente tiene piedras en la vesícula. Pero, aún así, miles de ellos pasan cada día por el quirófano a operarse de sus piedras. Si tienen tantas en la vesícula, imagínese como tendrán el hígado: ¡completamente congestionado! Los que desarrollan piedras en su vesícula, podemos asegurarles que tienen muchas más dentro de su hígado. Pero si se operan de éstas, ¡seguirán con el hígado lleno de cálculos!

Por culpa de estos depósitos intrahepáticos, el hígado no puede fabricar suficiente bilis para una buena digestión, y su trabajo será aún más insuficiente después de la resección de la vesícula. Cierto que ya no tendrá cólicos, pero al extirpar la vesícula quedará con la digestión estropeada de por vida.
El fin de la vesícula es concentrar y expulsar la bilis cuando la comida llega al intestino delgado. Gracias a ella, no sólo se digieren las grasas, sino que también se eliminan los tóxicos que depura el hígado, se hace la digestión de proteínas e hidratos de carbono (junto a los jugos pancreáticos), se depuran y limpian los intestinos de flora patógena y, dado que la bilis es muy alcalina, se neutraliza el ácido clorhídrico proveniente del estómago, entre otros cientos de funciones, todas muy relevantes para la salud. Minimizar su importancia es por tanto un craso error.

Al no tener suficiente bilis acumulada -por falta de vesícula- los pacientes operados tendrán que conformarse con el gota a gota que fabrica su hígado, la cual es diez veces menos concentrada que la que se acumula en la vesícula. Quedarán así mutilados y con la digestión deteriorada para siempre, no pudiendo abusar de nada y lo que es peor, desembocando en numerosos otros procesos patológicos como hinchazón abdominal, diarreas crónicas u osteoporosis. Por eso, operar la vesícula no resuelve el problema, sino que tan sólo lo cronifica y muchas veces empeora. La única solución es limpiarla, pero conservándola porque la vesícula es un órgano fundamental para la digestión, y la digestión es el motor de la salud.
Pero no sólo hay cálculos en la vesícula, sino que éstos también se forman dentro del hígado, lo que es generalmente desconocido. Éstos llegan a obstruir los canales biliares intrahepáticos, mermando notablemente sus importantes funciones orgánicas. Es muy cierto que la mayoría de las personas, debido al tren de vida actual, tenemos el hígado afectado por un exceso de sedimentos o depósitos que pasan desapercibidos para la medicina oficial, y también para la alternativa. ¿Por qué? Porque estas piedras -coágulos de bilis seca-, no se detectan fácilmente en las ecografías dado que la mayoría están formadas por colesterol seco. Y no se detectan porque tienen la misma densidad que los tejidos del hígado, ya que están formados hasta en un 96% de colesterol.

El hígado fabrica colesterol continuamente para cientos de funciones, y la misma bilis es colesterol en estado líquido gracias a la presencia de sales biliares que la mantienen así. Cuando la bilis se coagula dentro del hígado por diversas razones (dietas light, baja hidratación, uso de anticonceptivos…) los conductos intrahepáticos se atascan y se deforman, dando lugar al entorpecimiento de la circulación intrahepática, impidiendo también la salida de fluidos del mismo para la digestión. Este atasco es sumamente nocivo para la salud. Ello produce numerosas dificultades digestivas, y también posteriores enfermedades de todo tipo que se derivan de la insuficiencia hepática como son: alteraciones metabólicas, intestinales, digestivas, linfáticas, inmunitarias, hormonales, cardíacas...

El hígado repercute en todo, pues él es el encargado de fabricar tu cuerpo y de limpiarlo. Ciertamente podemos asegurar que ¡Tu hígado es tu médico!
Por causa de estos sedimentos duros de colesterol atascados, el hígado se ve incapaz de fabricar suficiente cantidad de bilis para la digestión (1 litro y cuarto al día) y soltarlo luego al intestino. Así, cada día, grandes cantidades de comida sin digerir se degradarán en el tracto intestinal sin poder ser metabolizados, lo que finalmente terminará por intoxicarnos. Ello favorece múltiples patologías en todos los órganos y sistemas, que se van colapsando en cadena, y promueve las infecciones por parte de gérmenes que la naturaleza ha destinado para hacerse cargo de la descomposición de los residuos. Por eso aparecen, entre otros, la colonización intestinal por hongos tipo «Cándida» (que llega a tapizar todo el intestino delgado por dentro), los parásitos, o las infecciones por bacterias y virus que se llevarán la culpa de la enfermedad cuando en realidad nosotros hemos propiciado un terreno apto para su desarrollo. Ellos sólo cumplen su función natural que es descomponer y degradar las toxinas.

En la mayoría de las ocasiones, el problema está originado por la sobrecarga tóxica que se produce debido a un hígado hipofuncional. Las pruebas médicas sólo miden su grado de deterioro, pero no su capacidad de funcionamiento. Un hígado insuficiente, lleno de residuos, puede estar al 40% de su capacidad sin dar síntomas de su grave deterioro en las analíticas, pero repercutiendo en cambio en muchos otros sistemas orgánicos por su mal funcionamiento. Como hemos dicho, esta disfunción hepática conlleva a la larga un acumulo tóxico a todos los niveles: sanguíneo, muscular, cutáneo, linfático, intersticial…, lo que termina degenerando en las múltiples patologías que conocemos y clasificamos con distintos nombres o diagnósticos. Sin embargo, la causa original es siempre la Toxemia orgánica producto de una mala digestión y una insuficiente eliminación de los residuos del metabolismo.

Imagina tu cuerpo como si fuera un coche al que nunca le has hecho el mantenimiento (limpiar el filtro de aceite, aire, gasoil…) En poco tiempo andará a trompicones, realizará una mala combustión y consumirá mucho más de lo debido. Hasta que se detenga. Lo puedes llevar entonces al mecánico, pero como éste no cambie o limpie los filtros, el problema no se arreglará. El cuerpo es similar, pues si el filtro hepático está atascado, la circulación sanguínea y linfática se atranca y obstruye, por lo que se acumulan depósitos tóxicos por todos lados y no pueden ser eliminados por el hígado. La sangre procedente del intestino por la vena porta no será capaz de atravesar el atasco hepático (o congestión hepática), y se estancará hacia atrás dando lugar a las extendidas hemorroides, pero afectando a toda la circulación de la mitad inferior del organismo que debe atravesar la sangre por esa vía (miembros fríos, varices, dolor piernas...). Este atasco intrahepático también obliga a un mayor esfuerzo al corazón, que está tirando de la sangre a través del hígado, lo que le produce arritmias e hipertrofia por el gran esfuerzo durante largos años. El sistema linfático, que es algo así como el alcantarillado del cuerpo, también terminará colapsándose, lo que dará lugar a edemas linfáticos, linfomas, fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, y muchas otras patologías referidas a los estados crónicos de intoxicación orgánica que no tienen cura, mientras no se limpia el hígado.

Finalmente, todo este panorama de progresiva intoxicación, conduce necesariamente al cáncer, ya que tanta basura rodeando a las células hace que éstas literalmente se asfixien, convirtiéndose en anaerobias en un último intento para mantener su integridad entre el lodo tóxico que las rodea por doquier. Pero el sistema sanitario prevalente confunde este último esfuerzo defensivo con un ataque (¡como si el cuerpo se dedicara a atacarse a si mismo!) y las destruye con quimio o radioterapia. ¡En realidad, lo que hay que hacer es limpiar los tejidos! Esto en gran parte es función del hígado, y ahora afortunadamente podemos mejorar el estado de nuestros tejidos internos con la práctica de la limpieza hepática.
Fuente del artículo anterior: Revista Natural

COMO PROCEDER A LA LIMPIEZA HÉPATICA
Hay muchos métodos para limpiar el hígado, el más utilizado es la fitoterápia (terapia con plantas medicinales). Personalmente, el método que encuentro más eficaz (y mucho más barato, ya que cada limpieza hepática viene a salir por menos de 30 céntimos) con diferencia para limpiar el hígado es el enema de café.
El enema de café además de ser un método muy eficaz para limpiar el hígado (y también el intestino grueso), es un gran antioxidante. El café tomado de forma oral tiene propiedades antioxidantes, pero aplicado en un enema y absorbido por los vasos sanguíneos del recto y llevado al hígado, esa misma cafeína tiene un efecto antioxidante aumentado en 600 veces. En el hígado hay una enzima (fosfatasa-dehidrogenasa) que es la responsable de este aumento de potencia de la capacidad antioxidante de la cafeína.


La forma de preparar el enema de café es muy sencillo:
Poner a hervir 1 litro y medio de agua, introducir a continuación dos cucharadas de cafe mólido de tueste natural (preferiblemente de agricultura ecológica) y dejar enfriar hasta la temperatura corporal (utilizar el dedo meñique o el codo para comprobar que no queme ni este fría). Cuando tenga la temperatura idónea, colar e introducir dentro de un irrigador (de venta en farmacias) al cual habremos puesto previamente vaselina en la cánula para introducir por el recto.
Es aconsejable abrir la cánula un poco (los irrigadores traen una especie de grifo) cuando el irrigador este lleno del café para dejar salir el aire (ponerse encima del fregadero o lavabo para sacar el aire y que el líquido que salga caiga al fregadero o lavabo). A continuación colgar el irrigador un metro aproximadamente por encima del cuerpo (la persona se puede tender en la cama y colgar el irrigador en una alcayata, clavo o algo similar que esté clavada en la pared).
La persona se tiende en la cama sobre el lado derecho y deja vaciar todo el contenido del irrigador (es recomendable que la persona ponga una toalla o un cubrecama debajo de su cuerpo para no manchar el colchón en caso de que salga algo de líquido).
Una vez que el líquido está dentro del intestino, sacar la cánula (no olvidar cerrar el grifo por si quedara algo de líquido dentro del irrigador y que no se derrame en la cama) aguantar con el líquido dentro como mínimo 7 minutos (si en el primer intento no puede, no pasa nada, ya se intentará aguantar ese tiempo en la siguiente ocasión).
Pasado este tiempo, ir de inmediato al cuarto de baño para para vaciar el intestino de su contenido.
Ya por último hay que tomar potasio, yo aconsejo tomar un par de plátanos y una bebida isotónica (las que venden para deportistas) para reponer electrolítos.
Esto se puede repetir cada 40 días. En enfermedades crónicas se pueden hacer cada 10 días y en las enfermedades agudas se puede repetir con más frecuencia (incluso diariamente). Para los dolores de cabeza los enemas de café son geniales, incluso el dolor desaparece rápidamente.
IMPORTANTE: Abstenerse de utilizar el enema de café las personas que tengan dolor abdominal agudo, sangrado digestivo o cualquier otro problema grave. Para estos casos se recomienda ir a su médico para averiguar la causa o/y preguntarle si es aconsejable para usted aplicarse este enema.
Es muy importante beber bastante agua para ayudar al proceso de depuración.
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